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Terapia intensiva

Esta es una breve narración de un duro momento personal, la muerte de un ser querido, mi padre. El relato nació a partir de una breve descripción de dos lugares, una sala de espera y la sección de terapia intensiva del HCAM (Quito) en tiempos pre-pandémicos. En los actuales momentos ya ni siquiera sería posible entrar al hospital…

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No te dejan entrar. Debes esperar en una salita de unos 80 metros cuadrados, la sala de los familiares. Allí hay una ventanilla con un altavoz donde de un momento a otro mencionan a tu ser querido para darte noticias de su estado. Hay que estar pendiente, pueden pasar dos, tres o cuatro horas. Y mientras tanto, el silencio y la ansiedad… que pesan tanto, que pesan demasiado.

 
La sala es fea, esencialmente triste. Los asientos incómodos, duros como piedra pues sus esponjas están aplanadas de tanta gente que los usa. La asean regularmente así que no se puede decir que el lugar esté sucio. Sin embargo, hay tanta gente que entra y sale, que duerme y come, que revisa su celular y conversa, que me da la impresión de que estuviera sucia. El ambiente es denso, huele a angustia latente y transpiración pesada. 

Prefiero salir al estacionamiento del hospital de vez en cuando para cambiar de aires. Doy un par de vueltas, compro un dulce barato para pasar el rato y olvidar un poco por qué estoy aquí. Regreso a la sala, cuya puerta chirría al abrirse. Es la clásica puerta de lugar público, de aluminio pálido, mate, gastado y una vez más, triste; de tristeza burocrática.  


Al poco tiempo mencionan a mi padre, me acerco a la ventanilla. Me dicen que puedo pasar a verle. He pasado un día entero en esta sala y recién me dejan entrar.

La sección de terapia intensiva es otro mundo. Es como estar en la frontera entre la vida y la muerte…

La sección de terapia intensiva es otro mundo. Afuera todo se mueve frenético e indiferente a lo que pasa en esta sección de los hospitales. En cambio, adentro, es como estar en la frontera entre la vida y la muerte. Uno está vivo, las enfermeras y médicos también. Pero los enfermos sobre esas camas especiales están medio vivos… o medio muertos. De hecho, esas no son camas, parecen naves espaciales, tienen botones y comandos para subir y bajar, para inclinar la espalda o subir las piernas. Quizás son naves para entrar a otra dimensión.  

Mi padre yace sobre una de esos muebles que presagian el fin. Está entubado a una máquina que le suministra oxígeno. Por lo tanto está sedado, no me ve, no puede hablar conmigo. No sé si me escucha. Me acerco a su oído, le digo que estoy ahí, que le quiero mucho. Lloro, pero me contengo. Aprieto su mano y presiento que se va.

Mientras tanto la máquina que lee sus signos vitales sigue sonando al tiempo que registra sus latidos, la saturación de oxígeno en la sangre y no sé cuántas cosas más que no entiendo ni qué son. Es como un robot que trasluce un amargo fulgor de desesperanza. Sus luces, botones y alarmas son una maravilla tecnológica que tratan de alargar la vida de mi padre. Sin embargo, me parece tan vana toda esa tecnología, tan inútiles las lecturas de esos aparatos y tan incomprensibles las interpretaciones de los médicos. 

Miro alrededor. Hay una larga hilera de camas entre cortinas, ventiladores mecánicos, sueros y sobre todo, gente enferma. Sus pijamas arrugadas apenas ocultan el dolor de sus cuerpos. Por otro lado, los uniformes limpios y bien planchados del personal de salud dan una impresión de pulcritud y asepsia en esta antesala de la muerte. 

Volví a ver a mi padre al día siguiente, ya no estaba allí. Lo vi por última vez a través del cristal del féretro. No me sorprendió, de alguna forma, me había dicho que se iba, se despidió sin palabras. En mis sueños supe que sus días sobre esta tierra se agotaron. Está en paz, seguramente en un lugar más bonito que la terapia intensiva. 

Lo vi por última vez a través del cristal del féretro. No me sorprendió, de alguna forma, me había dicho que se iba, se despidió sin palabras…

Nicolás Dousdebés 27 / 10 / 2020

Fuente de la imagen: http://www.motoreconomico.com.ar/Coronavirus/advertencia-de-la-sociedad-argentina-de-terapia-intensiva-sentimos-que-estamos-perdiendo-la-batalla