En Sangolquí el ambiente estuvo inundado con el exquisito aroma a colada morada y guaguas de pan. El día de los finados es una fecha en la que los ecuatorianos visitan los cementerios, van a hacer compañía a sus difuntos, a llenarlos de arreglos florales, a ofrecerles comida, a cantarles una canción y como no, a rezar un padrenuestro y un ave maría.
Las calles cercanas al cementerio están abarrotadas; todos van en familia, desde los más pequeños, hasta los más grandes y no es extraño escuchar que las madres les digan a sus hijos tápate el ombligo hasta que salgamos, para que no te de mal aire. En las afueras los vendedores ofrecen sus productos a grito pelado: hornado, pristiños, helado de cerveza, manzanas acarameladas y también flores y velas. Una mixtura de olores y colores inundan el ambiente.
Al ingresar al cementerio los visitantes saludan a sus muertos tocando la tumba, muchos se arrodillan y en pose de meditación cierran los ojos y conversan con el difunto. Cuando termina el trance se persignan: en nombre del padre del hijo y del espíritu santo… Empieza la limpieza y la decoración de la tumba. Algunos llevan palas y picos para escarbar la tierra, otros cobran por esta actividad, sacan las malezas y pintan las tumbas.
En medio del bullicio resuenan las trompetas, las guitarras y las maracas; unos mariachis cantan la canción preferida de quien en vida fue… Otros visitantes ponen una velita para que iluminar la oscuridad; no faltan tampoco los alimentos favoritos para que al viajante al más allá no le de hambre.
A medio día el párroco invita a la misa y todos los que pueden y quieren se aglomeran. Al final de la ceremonia el pueden ir en paz, les devuelve a la realidad y la bandada se dispersa; algunos se despiden de su difunto, otros solo suspiran. No hay llanto, solo la gratificación de visitar a un ser querido que no ha sido olvidado.
Realizado por Héctor Estrella. Periodo 47, grupo 721.