“Damitas, caballeros buenos días. Sin ánimo de molestarle y mucho menos incomodarle, este día vengo a ofrecerle el chicle Plop sin azúcar a tan solo 0,25 ctvs, el mismo que le voy a pasar mostrando por cada uno de sus asientos sin ningún compromiso. Caballero, disculpe… ”
Quienes usamos el transporte público en la ciudad de Quito, estamos acostumbrados a escuchar este tipo de discursos diariamente, pues resulta inevitable no encontrarse con un vendedor informal en los buses.
Mientras viajaba en el Corredor Sur Occidental, un vendedor informal subió en el transporte, educadamente se presentó. Decidí comprar uno de sus chicles, mientras le pagaba le pregunté “qué tal le ha ido este día” muy atento contestó “hasta ahora muy bien gracias a Dios”, le comenté que estaba interesada en conocer más de su oficio. No dudó en responder “claro, pero si me acompaña porque no puedo quedarme mucho tiempo”
Mauro tiene veintiún años, se dedica al comercio informal de confites en los buses, es un joven padre de familia que llegó hace siete años desde Lago Agrio con su madre en busca de mejores días. Desde que se casó ha buscado múltiples maneras de sacar su hogar adelante, ha sido comerciante de ropa, calzado, joyería, comida entre otros; lo cual le alcanza para vivir con lo justo. Cuando se convirtió en padre las cosas cambiaron, Mauro debía ajustar su tiempo entre estudiar, trabajar y cuidar a su hija. Esa fue su principal motivación para dedicarse a trabajar arduamente en la venta ambulante, donde tiene mayor flexibilidad de horarios.
Mientras estábamos en la acera conversando de su vida, decidió subir a otro bus a seguir trabajando. Yo lo esperaba sentada como cualquier pasajero mientras él ofrecía su producto, cuando terminó me comentó que le fue muy bien en el negocio. Había vendido dos dólares, lo cual es excelente considerando que el producto es de veinticinco centavos.
Cuando quiso subirse a otro transporte no se lo permitieron, le cerraron las puertas. Esa es una de las dificultades comunes de su trabajo, más ahora que los buses tienen contadores automáticos incorporados en las puertas, algunos choferes les piden que paguen el pasaje para dejarles subir, lo cual no le resulta factible, pues si no venden, sería una pérdida. Existen otro tipo de dificultades, como la desconfianza de los pasajeros y que le dejen con la mano estirada.
La tarde empezó a caer, curiosamente le pregunté dónde iba almorzar “mejor no almuerzo, preferible trabajo de largo y me alzo más temprano” contestó. Hay ocasiones en que, por los estudios la esposa de Mauro no puede cuidar a su hija, entonces es él quien se encarga de su pequeña a tiempo completo.
De a poco se avecinaba lo que sería otro inconveniente para su trabajo: la lluvia. Las inclemencias del clima juegan en su contra, ya que al laborar informalmente no tiene un lugar donde pueda escmpar.
Mi jornada con Mauro terminó en la avenida Napo. Como Mauro, en la ciudad hay cientos de personas que diariamente salen a ganarse el pan de cada día en los buses de una manera honesta, un trabajo que como todos implica esfuerzo y sacrificio. Ahora que conoce la historia de este joven, usted no le deje con la mano estirada.