En Turubama de Monjas, avenida Camilo Orejuela, frente al Mercado Metropolitano, se encuentra la sede de la Cooperativa de taxis La Ecuatoriana para la que trabaja Don Jairo Peralta Villegas, pirata como lo conocen sus amigos. El siente que ya lleva toda una vida en esto y es que antes de unirse al conglomerado ya hacía carreritas solo con un letrero que colgaba cuando el chapa no le veía, de ahí su apodo.
Don Jairo es un hombre de familia de 47 años, felizmente casado y padre de tres hijos; recuerda que ellos son una de las razones por las que continuó haciendo este trabajo después de haber egresado de la Universidad Central como contador.
A Don Jairo no le gustan las fotografías, es reacio a ser retratado y más si la imagen va a ir directo a la web: no, no tengo ni Facebook para verme, bromea. Sin embargo deja fotografiar el adorno que lleva consigo siempre en la repisa de su vehículo, un pequeño taxi a escala que su esposa compró cuando venía de promoción en un medio de comunicación. El pirata cuenta que unas cuantas veces se han querido bajar el juguete: Una vez una señora se subió con un niño a la parte de atrás y el pequeño preguntaba por el auto, su mamá me lo pidió pero le dije que estaba pegado con silicona.
Cada día Don Jairo sale a las 5 de la mañana a empezar su labor, cuenta que busca pasajeros por la zona sur porque nunca le ha gustado meterse en el tráfico mañanero que hay en el centro de la ciudad, pero que sin embargo nunca ha rechazado una carrera: a mí me enoja cuando hacen eso; y si, tengo compañeros que se niegan a dar servicio porque no les da la gana de ir por ahí, pero yo no, comenta.
Su horario cambia cuando se anima a quedarse con los veladores, que es como llaman a los taxistas que trabajan pasada la media noche. No tengo un jefe ni horario, pero a veces quisiera estar en una oficina con un sueldo seguro, aquí mi sueldo depende de mi esfuerzo dice con orgullo Don Jairo, mientras recuerda haber trabajado las navidades pasadas hasta muy tarde. El pirata cree que de seguro para estas fiestas eso no va a cambiar.
Por suerte para Don Jairo esta tarde en Quito está con una llovizna ligera: algunas veces tengo que parquearme porque el calor dentro del carro es insoportable, otras en cambio hace una lluvia que hasta da miedo conducir.
Ya casi llegando al destino, comparte una última anécdota, una de las tantas que le ha traído la fachada amarilla. Don Jairo, el Pirata, alguna vez también fue detective, recuerda que llevo a una señora hasta la iglesia de Santa Ana de Chillogallo, porque disque el marido de la doña estaba por ahí con la moza. Cuenta que cuando la adultera pareja salió infraganti, la señora pagó el pasaje y salió ellos echa una fiera: como yo no tenía velas en ese entierro me retiré, bromea.
Don Jairo comenta que esta vez aprovechó para ser él quien cuente las historias, pues casi siempre las personas que recoge sienten que tienen a un sicólogo experto a su disposición y sacan a flote sus pesares sobre la familia, salud y hasta el gobierno; pero a Don Jairo no le molesta esto, el siente que aprende de ellos y más que consejo les presta un oído para desahogarse.
Realizado por: Andrea González (Periodo 47, grupo 721).