El sofocante día era testigo de uno de los trabajos más esforzados en el Centro Histórico de Quito. Las estrechas y rocosas calles acompañaban a un personaje digno de admiración; quien con una conmovedora voz expresaba todo el sentimiento albergado en su corazón. Sus arrugados dedos rozaban una por una las oxidadas cuerdas de su compañera de trabajo por años: su guitarra.
Hace tiempo atrás colocaba ladrillos y fundía lozas. La albañilería le deba su pan diario, pero un descuido hizo que la cementina que estaba lista para ser colocada, cayera en sus ojos; el químico cegó por completo su vista pero no sus sueños. Ahora camina por la vida convertido en un firme luchador, un cantante informal. El es José Caiza.
Sentado en un pequeño banco plástico algo deteriorado, en medio de las calles Sucre y García Moreno, lleva en sus manos una guitarra que le regaló un turista hace tiempo atrás. Gracias a ella entona día a día canciones que lo ayudan a subsistir. Mientras le escucho pienso que nos quejamos de minúsculas cosas en la vida, sin saber las verdaderas pruebas a las que se enfrentan otros seres humanos.
Al iniciar su día, abraza a su compañera de trabajo y coloca su mano sobre su pecho para exclamar: ¡Gracias papito Dios, por otro día más! Es una jornada de mucho movimiento para José, él está listo para deleitar a los transeúntes de las calles al ritmo de un Collar de lágrimas, sus cansados dedos expresan un notable agotamiento. Cientos de personas circulan por las calles para cumplir distintas actividades. Nacionales y extranjeros dedican un poco de su tiempo para escuchar la voz de José, quien a más de uno conmueve el corazón.
Con su blanquecina mirada refleja la gran fuerza emergente en él y las ganas de vivir que su corazón emana, él no puede ver los rostros de las personas que se detienen a escucharlo, pero canta con el mismo sentimiento como si el único que los viera fuera su corazón. Algunas personas se acercan a regalarle unas moneditas como muestra de gratitud, otras en cambio lo felicitan mientras él sigue tocando su guitarra. Después de entonar varias canciones, algunas gotas de sudor empiezan a bajar por su rostro, poco a poco la fatiga se hace presente en él, después de algunos minutos, una joven mujer se acerca para regalarle un vaso de jugo de naranja y una empanada de pollo, con delicadeza, José retira su guitarra y con su agradecida mirada exclama: ¡Dios le pague! Al mismo tiempo que muestra sus marchitas manos para recibir la comida. Después de haber terminado sus alimentos, limpia su boca con un viejo pañuelo y empieza a cantar Vasija de barro.
Poco a poco pasan segundos, minutos y horas, finalmente el sol se empieza a ocultarse, José se levanta de su silla, recoge las pocas monedas de un pequeño vaso y las guarda en su desgastada chaqueta, toma su guitarra, su bastón y emprende el viaje de regreso a casa, camina muy despacio y se retira cuando su día de trabajo ha concluido.
Realizado por: Daniela Caizaguano. Grupo 721, período: 47.