En el centro histórico de Quito, existen lugares y personajes que guardan anécdotas que atraen a turistas nacionales y extranjeros; pero más allá de la belleza y bondades, existe una ciudad profunda en la que habitan los marginados, los mendigos, los delincuentes, los ancianos…
Después de observar un espectáculo de niños malabaristas en la Plaza de Santo Domingo caminé a la Plaza Grande, allí encontré música y anécdotas de otrora. Más tarde me dirigí a la iglesia de San Francisco. Subiendo las gradas que dan al templo, escuché una voz: regale unas moneditas joven, no sea malito, si ha de tener algo por ahí; era Carmen, una mujer pequeña, de 78 años de edad que se cubría las piernas con una manta. Me observaba fijamente a los ojos mientras estiraba sus manos para recibir alguna caridad:
«Yo vivo en Santa Bárbara Alta y paso hasta las tres de la tarde esperando alguna ayudita de las personas; a veces me dan un dolarcito o cincuenta centavitos, con eso ya me puedo ir a la casa. Las personas me hablan porque me dicen que soy joven y solo paso sentada y que tengo las uñas pintadas.
Hay bastantes personas jóvenes y adultas que piden caridad, incluso hay algunas que tienen dinero, en cambio yo le juro que soy pobre. Dos hijos se me murieron, también mi marido, él me mantenía; por eso me ha tocado salir a pedir. Tengo temor de salir a vender algún caramelito y que me lleven los municipales. A momentos ya no tengo fuerza, pero a pesar de todo mi sonrisa no se quitará de mi rostro».
Testimonio de Carmen:
A las puertas de una iglesia majestuosa y piadosa hay más personas que como Carmen, esperan conseguir algo para comer y pagar una vivienda. Al despedirme de ella, pienso que el centro de Quito es más que turismo; allí habitan personas con realidades complejas, personas que tienen la esperanza de ser incluidos en políticas públicas que los beneficien de forma directa.
Realizado por: Giovanny Garzón. Periódo 47, grupo 721.