Martes 2 de noviembre de 2015, el clima en la ciudad de Ambato amaneció templado. La gente en el terminal terrestre se amontonaba en las boleterías para conseguir uno que los lleve hacia algún lugar del país y así poder disfrutar del feriado.
El movimiento en la ciudad fue intenso, grandes columnas de buses salían lentamente de las amplias puertas del terminal. Después de haber recorrido diez minutos de viaje, llegué a la comunidad Salasaca; allí se realizó uno de los mayores rituales indígenas por el día de los difuntos.
En las afueras del cementerio, los vendedores de flores, comida típica e incluso licor, generaban un ambiente festivo, propicio para compartir y recordar a los seres que ahora ya no están entre nosotros.
Al interior del cementerio varias familias madrugaron para adornar la última morada de sus seres queridos, lo hacían con flores, coronas. Varias familias colocaban una pequeña funda con vino sobre las tumbas, pues ellas decían que al difunto le gustaba consumir licor y que su última voluntad fue perpetuar esta práctica. Aquellas tradiciones intangibles, no necesitan estar escritas en forma de ley para que se cumplan.
Cuando la mayoría de habitantes comenzaron a adornar las tumbas, una pequeña figura de mujer se escurrió rápidamente entre la muchedumbre, se trataba de Zoila Masaquiza; llevaba en su espalda en una chalina, una olla envuelta con comida para compartir con su familia en la tumba de su madre. Al igual que otros moradores no dudaban en compartir un pedazo de cuy, conejo o pan de finados, con otros comuneros que se dieron cita esa calurosa mañana en el cementerio de Salasaca. La cuestión es no olvidar al difunto, sino de recordarlo compartiendo en familia.
Era ya medio día, los miembros de la comunidad disfrutaban de la comida que habían llevado para su ágape familiar. Mientras todo transcurría con aparente normalidad, el fuerte sonido de parlantes avisaban que la misa iba a comenzar, el padre Pablo Pilco invitó a los fieles a acercarse a la gran cruz que se situaba imponente en medio del cementerio, allí el cura de la comunidad leyó en voz alta los nombres de las personas que habían fallecido a lo largo del año y en su honor se realizó la conmemoración de difuntos.
Al caer la tarde una gran fiesta estaba a punto de comenzar, pues la conmemoración aún no terminaba. El ambiente festivo se apoderó rápidamente de los miembros de la comunidad, por el momento no parecía un cementerio; el baile y la música se adueñaron del lugar y de esa manera el pueblo Salasaca recordó un año más del fallecimiento de alguno de sus familiares.
Por: Anghelo Vinicio Cevallos. Periodo 47; grupo 721.